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Alimentación y actividad física: inseparables

Dra. Arely Vergara Castañeda

Grupo de Investigación en Ciencias Básicas y Clínicas de la Salud

Vicerrectoría de Investigación 

Universidad La Salle México

En los últimos años se ha incrementado la preocupación, tanto a nivel individual como poblacional, por el cuidado de la salud. Esto con la finalidad de disminuir el riesgo de desarrollar enfermedades crónico degenerativas, tales como sobrepeso u obesidad, diabetes mellitus, hipertensión arterial, alteraciones en los lípidos -o grasas- en sangre, enfermedades cardiovasculares, insuficiencia renal y algunos tipos de cáncer, entre otras afecciones, así como para retrasar o evitar la aparición de sus complicaciones.

Por otro lado, es bien sabido que las condiciones de salud están determinadas por aspectos diversos, entre ellos factores individuales que no se pueden cambiar como la edad, antecedentes familiares o la carga genética, así como otros que están asociados a nuestro estilo de vida, entorno social y ambiental que en su mayoría pueden ser modificados para promover un buen estado de salud.

Por ello, se ha sugerido que, como parte de un tratamiento integral para la prevención y manejo de enfermedades crónico degenerativas, las intervenciones no farmacológicas vayan orientadas a modificar y mejorar estos aspectos, promoviendo un estilo de vida saludable durante todas las etapas de la vida, convirtiéndolas en alternativas atractivas, de bajo costo y con un riesgo mínimo que podrían impactar favorablemente en el estado de salud.

Dentro de los factores que podemos atender y modificar para lograr un estilo de vida saludable que nos permita estar activos y realizar todas nuestras actividades se encuentran: dejar de fumar, reducir el estrés, combatir la ansiedad o atender las alteraciones en el estado anímico, mejorar la calidad y cantidad de sueño, evitar sedentarismo, mejorar el tipo y duración de la práctica de actividad física. Además, podemos disminuir el consumo de dietas poco favorables, caracterizadas por un alto aporte de energía (azúcares simples, grasas), sodio o alcohol, y con un bajo aporte de nutrimentos, fibra y agua. 

Si bien la calidad de la dieta juega un papel importante en el cuidado de la salud, es necesario reconocer y resaltar que los esfuerzos para lograr un estilo de vida saludable, sobre todo en personas con riesgo de desarrollar alguna enfermedad, requiere la combinación de estrategias y cambios. Estos deben planearse contemplando, en conjunto, el ajuste de hábitos de alimentación dirigidos a aumentar el consumo de granos integrales, frutas y verduras, alimentos con un buen aporte de fibra y agua y moderar el consumo de sodio y algunos tipos de grasas. También es fundamental la práctica de al menos 150 minutos de actividad física de intensidad moderada o 75 minutos de actividad física vigorosa a la semana, o una combinación de las dos. Puede lograrse caminando, andando en bicicleta, nadando o al realizar algunas actividades del cuidado del hogar. Ello ayudará a reducir el tiempo de sedentarismo, el estrés, además de mejorar el estado de ánimo y promover un buen descanso. 

Para lograr una forma de vida saludable a partir de la alimentación, ejercicio físico y el descanso adecuado, que resulte en un estado de bienestar físico, mental y social, y para que estos cambios de comportamiento se den con mayor facilidad y sean sostenibles, se recomienda trabajar en uno de los aspectos más difíciles de atender: la motivación. Para eso, se sugiere tener una relación estrecha y de confianza entre el proveedor de salud (médico, nutriólogo, psicólogo, odontólogo, terapeuta u otro profesional) con quien, en conjunto, se creará conciencia y fijarán metas realistas sobre los hábitos que se desean cambiar y las razones que nos llevarían a hacer estas modificaciones en nuestro propio contexto. 

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