IBT Nery G. López López
Dra. Celeste C. Ibarra-Herrera
Tecnológico de Monterrey
Debido al aumento poblacional acelerado que, de acuerdo a estimaciones, en el año 2050 habremos llegado a más de 10,000 millones de habitantes [1], la demanda de alimentos sigue en aumento año con año, se calcula un aumento del 60% para el año proyectado [2], comprometiendo el acceso a alimentos de la presente y futuras generaciones. Ante esta situación, la incorporación a la dieta de insectos comestibles resulta una posibilidad atractiva al brindar diferentes beneficios. Entre estos se encuentran que, además de su alto contenido en nutrimentos, para su producción se requieren un menor consumo de agua, una menor cantidad de tierra y una menor cantidad de alimento debido a que cuentan con una alta eficiencia de conversión alimenticia. Es decir, de 2kg de alimento que consumen los insectos se convierten en 1kg de insecto comestible [3]. Todo esto aunado a la menor emisión de gases invernaderos comparado con la producción de ganado para consumo humano. Es por esto que en los últimos años se han intensificado los esfuerzos de investigadores por integrar insectos en alimentos consumidos cotidianamente, así como de empresas con nuevas propuestas de alimentos con insectos que, incluso, ya podemos encontrar en los mercados o en plataformas de venta en línea.
Quizás muchos de ustedes pensarán, “pero, yo he comido insectos desde pequeño y los encuentro en el mercado desde toda la vida”, y ciertamente, así es. En México, los insectos comestibles como chapulines, gusanos de maguey, jumiles y escamoles, forman parte de la alimentación mexicana, principalmente, en las regiones centro y sur del país. Alrededor del mundo existen cerca de 1,681 especies de insectos comestibles, de las cuales México tiene aproximadamente 549 especies, según lo reportado [4], es decir, casi un tercio. Sin embargo, el consumo cotidiano de insectos en la dieta del mexicano es reducido.
De acuerdo con estudios recientes, el uso de los insectos en alimentos cotidianos puede aumentar el valor nutricional de estos. Por ejemplo, en productos elaborados con cereales como el pan puede aumentar su contenido en proteína al incorporarse un porcentaje de harina de insecto comestible en su composición. Tal es el caso del chapulín (Sphenarium purpurascens), el cual tiene un alto contenido proteico de aproximadamente el 60% de su peso seco en comparación con la soya que es del 50% aproximadamente [5,6,7]. Por otro lado, de acuerdo a las nuevas tendencias en alimentación, han surgido diversas ideas innovadoras: desde el uso de máquinas expendedoras de grillos precocinados y cubiertos de chocolate en el continente asiático, hasta harina de gusanos, insectos deshidratados, bebidas alcohólicas como el vodka hecho a base de escorpiones y barras de cereales hechas con harina de escarabajos, larvas, y grillos, encontrados principalmente en países como México, Tailandia, Canadá, entre otros [8].
La ingesta de insectos por los humanos se define como entomofagia y es parte de la cultura en diversos lugares del mundo, principalmente países latinoamericanos, africanos y asiáticos. Pero el reto no sólo se encuentra en la extensión de dicha cultura y familiaridad en el consumo de los insectos comestibles, sino en la integración de esta fuente rica en nutrimentos en la dieta cotidiana del ser humano, la cual incluiría también beneficios al medio ambiente.
Referencias: