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Isaura Leonardo

Consultora

En 1922, en Lima, Perú, vio la luz uno de los libros más radicales que haya conocido la poesía escrita en español, Trilce, su autor: César Vallejo. Vallejo no era desconocido en el medio literario peruano, pues antes había publicado un poemario, Los heraldos negros (1919); sin embargo, lo de Trilce sería recibido, si se me permite la analogía, como una bomba. ¿Quién rayos se atrevía a publicar semejante cosa? El lenguaje, ah, el lenguaje, de sus 77 poemas es un dechado de sonoridad y expresividad, pero a costa del manoseo del sentido, de la corrección, de la legibilidad incluso: erratas arbitrarias, neologismos, juegos de lenguaje, frases extrañas, alegorías pueblan los textos.

Trilce recoge el ánimo del poeta en tres momentos clave de su vida: la separación de su novia Otilia, su propio encarcelamiento y la muerte de su madre, todo ocurrido entre 1918 y 1921. Y es la madre perdida quien aparece varias veces en el libro como una memoria de la infancia, que reza y alimenta, asociada a la tierra, al calor, al fuego, a la comida, al ritual de alimentación, en el poema XXIII especialmente:

Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos

pura yema infantil innumerable, madre.

En esos dos versos de inicio vemos, por ejemplo, que la madre se transmuta en molino (“tahona”), en panadería ella misma: cueva de calor (estuoso significa “caluroso”). Yema, núcleo nutricio de la infancia. A lo largo del poema, Madre será pan, hostia de tiempo, ave que alimenta.

En la sala de arriba nos repartías

de mañana, de tarde, de dual estiba,

aquellas ricas hostias de tiempo […]

Madre, y ahora! Ahora, en cuál alvéolo

quedaría, en qué retoño capilar,

cierta migaja que hoy se me ata al cuello

y no quiere pasar. Hoy que hasta

tus puros huesos estarán harina

que no habrá en qué amasar

¡tierna dulcera de amor,

hasta en la cruda sombra, hasta en el gran molar

cuya encía late en aquel lácteo hoyuelo

que inadvertido lábrase y pulula ¡tú lo viste tánto!

en las cerradas manos recién nacidas.

“Tierna dulcera de amor”… para Vallejo su madre es comida y la comida es amor, la manida ecuación Madre-amor se realiza aquí con tierna radicalidad, sin clichés; pan inacabable, como nuestra tierra fecunda que no cesa de dar, pese a todo. También eucaristía, porque en nuestra tradición occidental el pan que no se termina es el cuerpo de Cristo, pero este solo asunto da para otro texto.

La muerte de Madre termina con el pan antes interminable, el mundo nos “cobra”, con duelo y ausencia, ese amor nutritivo que nos fue dado.

Tal la tierra oirá en tu silenciar,

cómo nos van cobrando todos

el alquiler del mundo donde nos dejas

y el valor de aquel pan inacabable.

La muerte de una madre puede ser un pan que no alimenta, y la orfandad se vive como una masa que nadie amasará. Imágenes desoladoras, metáforas del duelo, pero tierno homenaje de un hijo huérfano, hombre aniñado por un momento, a su madre-alimento.

Referencias bibliográficas:

César Vallejo, Trilce, 5ª ed., Julio Ortega (ed.), Madrid, Cátedra, 2003. En línea, está disponible en este enlace: https://es.wikisource.org/wiki/Trilce:_XXIII

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