Dr. Daniel Boone-Villa
Universidad Autónoma de Coahuila
AMECA
La masculinidad es una dimensión que se encuentra en un proceso de transformación constante en el contexto de la igualdad y la no discriminación de género. Sin embargo, como en cualquier cosa, la inercia es muy fuerte y cambiar el rumbo de la construcción sociocultural de lo que significa “ser un hombre” no es un proceso sencillo. En nuestro país, como en cualquier otra sociedad, la identidad de un hombre depende de diferentes factores a los que estamos expuestos desde la niñez y nos llegan de fuentes como la familia, los medios de comunicación, la sociedad, las instituciones educativas y religiosas y, básicamente, de cualquier contacto social que tengamos durante el desarrollo de nuestra vida1. Como en todo, el conjunto del “cómo debe ser” y el “qué debe hacer” un hombre tiene una cara positiva y un lado oscuro; la medida en que se desarrolle cada faceta influye de forma importante en la calidad de vida de cada individuo y de su núcleo social.
Entre los rasgos más característicos del hombre, como lo definen los roles sociales tradicionales, se encuentra su forma de comer. Por lo general, biológicamente, el cuerpo de un hombre necesita más energía (más calorías diarias)2, lo cual puede atenderse a través de una dieta adecuada. Sin embargo, el lado oscuro de esta situación se presenta en forma de actitudes y comportamientos negativos hacia los alimentos. Seguramente, todos hemos escuchado frases como “Yo me puedo comer 15 tacos y 4 cervezas”, “¡A ver quién come más!”, “¿A poco vas a comer ensalada, acaso no eres hombre?”, “¿Le quitas la grasa a la carne? ¡Pero si es lo más sabroso!” Este tipo de actitudes generan en los hombres una tendencia a desarrollar hábitos de consumo de alimentos que dificultan la construcción de una dieta adecuada2.
Así como los hombres necesitan comer más, también tienden a consumir grandes cantidades de alimentos ricos en grasas, sobre todo, en grasas saturadas. Algunos de estos son las carnes rojas (especialmente los cortes con grasa visible), quesos con alto contenido de grasa (como americano, manchego o Chihuahua), tripas de res, huevo completo, salchichas, longaniza, chorizo, chicharrón y otras tantas delicias que se incluyen en la mundialmente reconocida gastronomía mexicana3.
Desde la década de 1950 es bien sabido que el alto consumo de grasa saturada puede provocar riesgos a la salud, ya que aumenta el colesterol total, así como el llamado colesterol malo (VLDL y LDL) y reduce el colesterol bueno (HDL). Además, aumenta los depósitos corporales de grasa ayudando al desarrollo de sobrepeso y obesidad ya que incrementa la cantidad de calorías que contiene la dieta. Tradicionalmente, ingerir grasas saturadas se ha relacionado con un aumento en el riesgo de padecer enfermedades cardíacas, pues la Asociación Americana del Corazón (AHA, por sus siglas en inglés) así lo ha declarado desde hace más de 60 años. Originalmente, la AHA recomendó reducir la cantidad de grasa que contenía la dieta para que solamente el 25-30% de las calorías fueran obtenidas de ellas, en lugar del 40-45% que solían representar. Pocos años después, el Comité de la AHA para las Grasas Dietaria y la Aterosclerosis publicó recomendaciones más específicas con las que se pretendía sustituir a las grasas saturadas con ácidos grasos poliinsaturados para prevenir la aterosclerosis y reducir el riesgo de ataques cardiacos e infartos. Durante los años siguientes, diferentes asociaciones médicas, académicas y científicas de los Estados Unidos se fueron sumando a las recomedaciones de la AHA para disminuir el consumo de grasas saturadas en la dieta, basándose en el objetivo de reducir el riesgo de prevenir afecciones cardiacas4,5. Sin embargo, se han realizado estudios, desde mediados de la década del 2000, que ponen en duda la certidumbre de estas declaraciones llegando a la conclusión de que no existe una relación clara y directa entre el consumo de grasas saturadas y los eventos cardiovasculares, pero que la dieta completa está estrechamente relacionada a la salud del corazón5,6.
Pero… ¿Esto qué tiene que ver con la masculinidad? Hay que recordar una cosa: la hormona masculina por excelencia es la testosterona, que se forma a partir del colesterol. Esto hace que esté directamente relacionada al metabolismo de grasa en el organismo. Recapitulemos: el consumo excesivo de energía (comer más calorías de las que se gastan) provoca sobrepeso y obesidad; la ingesta excesiva de grasas saturadas contribuye al aumento de peso. Los hombres con exceso de peso presentan una concentración de testosterona en la sangre más baja de lo normal, lo que puede deberse a que esta hormona se convierte en estradiol (una hormona femenina) más fácilmente debido a que el tejido adiposo sobredesarrollado produce más de la enzima que lleva a cabo esta reacción. Con esta disminución de testosterona, se inhibe la producción de espermatozoides, disminuye el desarrollo de los músculos y aumenta la producción de células de grasa7,8.
¿Parece complicado? ¡Es complicado! La salud de un hombre, incluyendo la salud cardiovascular, no se basa solamente en la cantidad de grasa saturada o los carbohidratos o las proteínas que consume, sino en el estilo de vida que tiene. Una dieta adecuada a sus necesidades, una rutina de actividad física acorde, cantidad y calidad de sueño adecuado, así como otros factores ayudan a que un hombre se desarrolle como hombre.
Bibliografía:
1. Silva, C., Mendoza-Jiménez, J. I. & González-Alcántara, K. E. Varones adolescentes: Rol de género y actitudes hacia el peso y la alimentación. Rev. Mex. Psicol. 31, 50–57 (2014).
2. Romero-Juárez, A. G. & Arellano-Gálvez, M. del C. Representaciones sociales de la obesidad, la alimentación y el ejercicio entre personas con obesidad en la Ciudad de México. Estud. Soc. 30, 1–28 (2020).
3. IMSS. Guía de Alimentos para la Población Mexicana. https://www.bing.com/search?q=imss.+gu%C3%ADa+de+alimentos+para+la+poblaci%C3%B3n+mexicana.&cvid=2a8ce840bf7c4d71accbba90a8d30b58&aqs=edge.0.69i59j0l3j69i60l3.3549j0j1&pglt=2083&FORM=ANNTA1&PC=DCTS
4. Page, I. H., Stare, F. J., Corcoran, A. C., Pollack, H. & Wilkinson, C. F. J. Atherosclerosis and the fat content of the diet. J. Am. Med. Assoc. 164, 2048–2051 (1957).
5. Dalen, J. E. & Devries, S. Diets to prevent coronary heart disease 1957-2013: What have we learned? Am. J. Med. 127, 364–369 (2014).
6. Heileson, J. L. Dietary saturated fat and heart disease: A narrative review. Nutr. Rev. 78, 474–485 (2020).
7. Dhindsa, S. et al. Testosterone concentrations in diabetic and nondiabetic obese men. Diabetes Care 33, 1186–92 (2010).
8. Guzmán, A., Meza, E., Zepeda, R., Waliszewski, S. & Caba, M. Obesidad: Enemiga de la Masculinidad. La Cienc. y el hombreXXVII, (2014).