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El comer emocional como herramienta para nuestra salud integral

MCS Griselda López Córdova, ED

A lo largo de los años, la humanidad ha evolucionado y en este proceso ha adaptado su biología, metabolismo y genética, determinando quiénes somos actualmente. Como parte de este proceso, la alimentación y, específicamente, el comportamiento alimentario, también se ha visto impactado. Un ejemplo de ello es que, en la antigüedad, los seres humanos comían el desayuno, la comida y la cena en función de la luz solar a la que estuvieran expuestos. Hoy en día los tiempos de comida están determinados por nuestra rutina de actividades académicas y/o profesionales, lo que hace referencia a que las modificaciones en nuestro estilo de vida han cambiado la forma en la cual nos alimentamos. Como parte de esta evolución, surge también una nueva variante en la alimentación: la relación que tenemos con la comida. 

En este sentido, cuando hablamos de alimentación en el contexto actual, comúnmente se asocia a que debe de ser restringida a través de “la cultura de las dietas” para mantenernos sanos. Sin embargo, esta restricción de alimentos, en la mayoría de las veces, afecta nuestra relación con los alimentos y nuestra salud emocional (y, por consiguiente, física). Vivimos en tiempos en los cuales la alimentación y la salud asociada a ella, está determinada por las kilocalorías ingeridas, así como por sistemas de recompensa (premios y castigos). Es decir, nos preocupa más saber cuántas kilocalorías estamos ingiriendo, o si tenemos que premiarnos al añadir ese pan dulce en nuestra cena por haber cumplido con una rutina diaria de ejercicio, o bien, castigarnos y no comer ese pan por no haber hecho ejercicio, que el cómo nos sentimos (física y emocionalmente) al elegir y consumir los alimentos. Dicha percepción nos mantiene en constante juicio de nuestras actividades y a ese juicio se integra la culpa

Desde una perspectiva moral, la culpa es “…un mecanismo en el que, a partir de un acto u omisión, realizamos un “juicio moral” de nuestra conducta (incluso de nuestros pensamientos) y “dictaminamos” que hemos cometido un error y deberíamos tener un castigo.” Entendiendo lo anterior, la culpa solamente es una implicación social a la cual todos estamos expuestos y con la cual la mayoría de la población ha sido “educada”, afectando severamente nuestra relación con la alimentación. A partir de lo anterior, a lo largo de la vida (y desde que estamos en el vientre materno) comenzamos a establecer asociaciones cerebrales entre alimentos y emociones (sean agradables o desagradables), consumiendo alimentos “solo por consumirlos”, evitando con ello poder identificar claramente cuáles son nuestras necesidades genuinas y, por ende, atenderlas. 

Para entenderlo mejor, el “comer emocional” se describe como “…un acto que todo ser humano realiza pero que convertimos en algo perjudicial y dañino cuando hacemos de la ingesta nuestro mejor recurso para afrontar la vida; ya sea a modo de refugio, de calma, o de evasión.”

Pues bien, la ventaja de todo lo que aprendemos, es que podemos desaprenderlo y adoptar nuevas creencias, así como construir nuevas formas de relacionarnos con el medio ambiente, incluida la comida. Y para poder iniciar el cambio es importante cuestionarse: ¿Cómo es mi relación con los alimentos? ¿Qué emociones existen en mí cuando preparo los alimentos? ¿Cuáles cuando los consumo? ¿Qué pensamientos están presentes alrededor de la comida? ¿Cómo se siente mi cuerpo antes, durante y después de comer? En realidad, podríamos cuestionarnos mucho más, pero estas preguntas guía son un buen inicio.

Y para adentrarnos en este mundo, en desaprender y reaprender, en reeducar a nuestra mente y a nuestro cuerpo, existen diferentes herramientas de las cuales podemos hacer uso, tales como la alimentación consciente, la meditación, el aprendizaje teórico y práctico en alimentación (lo básico sobre cómo utiliza nuestro cuerpo los alimentos para funcionar, la lectura de etiquetas, el uso de porciones alimentarias a la hora de comer dentro y fuera de casa, talleres de cocina que te reconecten con el gusto de comer, entre otras). En todas las estrategias previas se sugiere el acompañamiento de un profesional de la salud (nutriólogo y/o psicólogo, según sea el caso), para poder identificar las necesidades fisiológicas de nuestro organismo, así como nuestras necesidades y objetivos individuales como parte de la motivación en este proceso.

La relevancia de este proceso es conocer cuál es tu relación actual con los alimentos; comenzar a indagar cómo se ha formado, no para juzgarla, sino para entenderla, así como identificar las estrategias que mejor se adapten a tu entorno para comenzar a aprender una nueva forma de relacionarte con los alimentos. La intención es que la alimentación se convierta en una herramienta más para el cuidado de tu salud integral, y no un elemento sujeto a ser un castigo o premio en función de nuestras experiencias. 

Bibliografía:

Herrero G, Andrades C. Psiconutrición, aprende a tener una relación saludable con la comida. 3ra ed. España: Libros en el bolsillo; 2021. 

Arroyo Pedro. La alimentación en la evolución del hombre: su relación con el riesgo de enfermedades crónico degenerativas. Bol Med Hosp Infant Mex. 2008; 14(1): 4-10.

Ekman P. Basic Emotions. Handbook of cognition and emotion. 1999; 45-60.

Hernández Ruiz de Eguilaz M, Martínez de Morentin Aldabe B. Almiron-Roig E, Pérez-Diez S, San Cristóbal Blanco R, Navas-Carretero S, et al. Multisensory influence on eating behavior: Hedonic consumption. Endocrinol Diabetes Nutr. 2018; 65(2): 114-125.

Bonillo M. El sentimiento de culpa: el castigo que no merecemos. Área humana. Investigación, innovación y experiencia en psicología. 2018.

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