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Dra. Ana Isabel Jolly Vallejo

Universidad Anáhuac

La principal fuente de energía del cerebro es la glucosa, un hidrato de carbono simple que es parte de la sacarosa, al igual que la fructosa y la galactosa, está presente en los alimentos como cereales, leguminosas, verduras y frutas. Estos son alimentos indispensables para el funcionamiento correcto del cerebro y la realización de las funciones de este órgano. Cuando se unen dos moléculas simples, se forman los disacáridos como la lactosa (azúcar de la leche), la sacarosa (azúcar de mesa) y la maltosa (presente en algunos cereales). 

Se han hecho muchos estudios en los que se demuestra la relación de los niveles de glucosa y la función cognitiva. En todos ellos se ha visto cómo la glucosa es la fuente primaria de energía para el cerebro. Debido a que el cerebro es tan rico en células nerviosas, o neuronas, es el órgano más demandante de energía (Anguiano, 2012). 

La glucosa llega al cerebro por medio del torrente sanguíneo. Los niveles de este azúcar simple se relacionan con la actividad funcional, lo que se refleja en la variación de la cantidad de glucosa y la actividad eléctrica de las neuronas. En períodos de ayuno prolongado puede disminuir la glucosa circulante en el cerebro, entonces, éste utiliza los productos de la oxidación de los ácidos grasos, llamados cuerpos cetónicos (Jaramillo, 2013), para funcionar adecuadamente. 

De acuerdo con los estudios realizados en seres humanos, los cambios en los niveles de glucosa repercuten en la utilización de oxígeno, produciendo estados mentales alterados como ansiedad, estrés o estimulación sensorial; por lo que se considera que la tasa metabólica del cerebro puede alterarse en función de estos dos cambios (Lareo, 2006). 

La necesidad diaria del cerebro en relación con la glucosa es de aproximadamente 104.5g. Al relacionar este dato con las recomendaciones de consumo para la población adulta, que es de 2200Kcal, resulta equivalente al 20% del consumo diario de energía. La mayor parte de esta necesidad de glucosa la utiliza la neocorteza, ya que es de alrededor del 44% del cerebro. Es importante recordar que en esta zona es en donde se llevan a cabo los procesos de aprendizaje y memoria. Entonces, cuando la dieta no aporta la cantidad mínima de glucosa, se alteran estos procesos. Por otro lado, la glucosa ayuda a generar plasticidad neuronal (Lareo, 2006).  

Hasta hace pocos años se consideraba que la sacarosa, un tipo de hidrato de carbono que está presente en la caña de azúcar, no podía influir directamente en las funciones cognitivas ni en el comportamiento. Se pensaba que el cerebro utilizaba exclusivamente glucosa, lo que representa casi el 50% de lo que se consume diariamente. 

De esta manera la ingestión de una bebida azucarada mejora la agilidad mental, la memoria, el tiempo de reacción, la atención y la capacidad para resolver problemas matemáticos; se relaciona también con la reducción de la sensación de cansancio.

La nutrición adecuada del cerebro se relaciona con la integridad funcional de las neuronas. Es necesario reconocer que, a parte de la función de energía para el cerebro, el azúcar mejora la consistencia y la textura de los alimentos a los que se les ha añadido este ingrediente, además de ser un sistema de conservación de los alimentos desde épocas muy antiguas. Es conveniente saber que la glucosa no causa adicción, como se ha querido creer y relacionar con otros productos como drogas, tabaco o alcohol. El azúcar produce placer en el consumo, pero no adicción.

Por otro lado, la OMS ha declarado que no hay relación entre la ingestión de azúcar y la hiperactividad ni agresividad en los niños. En cambio, la ingestión de sacarosa mejora a corto plazo el conocimiento y la memoria, favoreciendo la concentración. Cuando se ingieren alimentos o bebidas cuyo aporte de glucosa sea elevado, mejora la agilidad mental, la memoria, el tiempo de reacción, la atención y la capacidad para resolver los problemas de deducción matemática, al mismo tiempo que se reduce la sensación de cansancio, como ya fue mencionado antes. 

Las funciones cerebrales como el pensamiento, la memoria y el aprendizaje están estrechamente vinculadas a los niveles de glucosa y la eficiencia con que el cerebro utiliza esta fuente de combustible. Si no hay suficiente glucosa en el cerebro, por ejemplo, los neurotransmisores, que son los mensajeros químicos del cerebro, no se producen y la comunicación entre las neuronas se rompe. “El cerebro depende del azúcar como su principal combustible”, dice Vera Novak, MD, PhD, un HMS profesora asociado de medicina en Beth Israel Deaconess Medical Center. 

Novak publicó una investigación en el 2015, en la cual demuestra las alteraciones en los niveles de glucosa de las personas que viven con diabetes. Cuando dicha enfermedad no está controlada, los individuos pasan de niveles bajos de glucosa cerebral a niveles altos de la misma; ambas situaciones conducen a la pérdida de energía que se refleja en baja concentración mental y disminución en la función cognitiva.      

Actualmente, se considera que la sociedad vive de manera acelerada y globalizada, en la que no existe estabilidad en relación con la situación económica, a pesar de los avances relacionados en el campo de la salud. Sin embargo, las personas no han reflejado en su estilo de vida la importancia de relacionar la salud con una dieta correcta. Los hábitos de alimentación se han modificado hacia dietas basadas en mitos y no en investigaciones científicas (Drewnowski, 2004). Esto sucede muy señaladamente con las creencias que tenemos sobre el azúcar.  

La atención ha estado puesta en los potenciales problemas que derivan del consumo inadecuado de azúcar y se han dejado de lado otros factores de la alimentación que tienen consecuencias dañinas. Se ha visto que los niños que asisten a la escuela con un desayuno insuficiente es más probable que presenten un menor rendimiento escolar; se han llevado a cabo estudios en los que se observa cómo el aprovechamiento escolar aumenta conforme se mejora la calidad del desayuno (Herrero. 2006). Los padres de familia requieren promover el hábito del desayuno en los hijos, a pesar de que ellos no lo realicen. Es más que conocido los beneficios de desayunar, en las escuelas deberán revisar si los alumnos han desayunado antes de entrar a clases para que se evite el sobre diagnóstico de Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), entre otras cosas.

Así que no es cuestión de prohibir o desechar el azúcar de nuestra alimentación, sino de ver dónde la consumimos y en qué cantidades.  

Bibliografía:

Anguiano N, D. (2012). Relación entre niveles de glucosa, carga académica y desempeño escolar en universitarios del campus Minatitlán. Tesis de pregrado. Universidad Veracruzana – Campus Minatitlán. Veracruz, México. Recuperado de: http://cdigital.uv.mx/bitstream/123456789/33538/1/anguianonaranjodavid.pdf

Drewnowski, A., Darmon, N., Briend, A. (2004). Replacing fats and sweets with vegetables and fruits. A question of cost. American Journal of Public Health, 94(9), 1555–1559.

Herrero L, R., Fillat B, J. C. Estudio sobre el desayuno y el rendimiento escolar en un grupo de adolescentes. Nutr. Hosp. [revista en la Internet]. 2006 Jun [citado 2013 Jun 18]; 21(3): 346-352. Recuperado de: http://scielo.isciii.es/scielo.php

Jaramillo – Magaña, J. J. (2013). Metabolismo cerebral. Revista Mexicana de Anestesiología. Anestesiología en neurocirugía. Vol. 36. Supl. 1, abril – junio 2013. Pp. S183 – S185. Recuperado de: http://www.medigraphic.com/pdfs/rma/cma-2013/cmas131ar.pdf

Lareo, L. R. (2006). Costo energético de procesos cerebrales con especial énfasis en aprendizaje y memoria. Universitas Scientiarum. Vol. 11, núm. 2, julio – diciembre, 2006, pp. 77 – 84. Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá, Colombia. Recuperado de http://www.redalyc.org/pdf/499/49911207.pdf

Novak, V.  (2015). Long-term effects of type 2 diabetes on the brain, thinking. Recuperado de: www.sciencedaily.com/releases/2015/07/150708160528.htm

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