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Por Hablemos Claro

La frase “eres lo que comes” parece sacada de una mala película de terror… ¡Me comí una ensalada y amanecí con cara de lechuga! Fuera de broma, esta frase se usa para criticar severamente lo que comemos. El peligro de juzgar o ser juzgados por lo que comemos es que no nos damos la oportunidad de entender lo que hay detrás de las elecciones de que hacemos. 

Por ejemplo, si criticamos a una señora que le compró hamburguesas a sus hijos por “alimentarlos mal”, sin preguntarnos si ese día no le dio tiempo de cocinar o si se sentía mal y no pudo hacerlo, o si estaban celebrando algo especial, estaremos siendo injustos. ¿Qué pasa si esa señora juzgada soy yo? No saber lo que hay detrás de nuestras elecciones de alimentos nos impide entender por qué comemos como lo hacemos, y sin esa comprensión será mucho más difícil hacer cambios en nuestra dieta cuando lo necesitemos. 

Todo esto puede sonar extraño, o sea, elijo mi comida pensando en qué se me antoja o cocino con lo que voy encontrando en casa. A lo mucho, hago un plan semanal para ir de compras. Pero cada una de estas formas de elegir tienen algo más detrás: ideas sobre lo que se come en mi familia, lo que se come en México, lo que es más saludable, lo que me caería bien en este momento, etc. Lo que queremos decir es que las decisiones que hacemos sobre la comida tienen un contexto específico. 

¿Qué significa eso? Significa que estas decisiones están influenciadas por muchos factores. Y no nos referimos a la publicidad que nos pone deliciosos pastelillos enfrente como una tentación. La cultura es uno de ellos; ¿te has dado cuenta de que una de las cosas que nos hace sentir mexicanos es lo que comemos? El chile, los tamales, los chilaquiles son cosas nuestras, son parte de nuestra identidad. Pero estas cosas que comemos también dependen de que los ingredientes son parte del lugar donde vivimos. Es muy difícil que aquí en México comamos esa naranja que por dentro es roja o zanahorias moradas. Aquí tenemos dos factores relevantes que afectan nuestras decisiones: la cultura y los alimentos que encontramos disponibles y que nos son familiares.

Nos comemos nuestras tradiciones

¿Qué más interviene en nuestras decisiones alimentarias? Nuestras tradiciones. Con esto nos referimos a las tradiciones históricas, como comer pozole el 15 de septiembre o la Rosca de Reyes el 6 de enero, pero también a las formas como aprendimos a comer siendo niños.

Es muy probable que cocinemos varios platillos como lo hacían nuestras madres y abuelas o que pongamos la mesa como se ponía cuando éramos pequeños. Esto sucede porque, como seres humanos, somos personas que siguen tradiciones. Las tradiciones sirven para mantener unida a la comunidad y también responden a ideas sobre salud. Por ejemplo, comer un bolillo cuando tienes un susto fuerte porque se cree que recoge la bilis. Esto lo hacemos, no importa si lo avala un médico, sabemos que funciona porque así se ha hecho por años. 

Las ideas que tenemos sobre la salud también pertenecen a una tradición y a una historia que ha llegado a nosotros por distintos medios. La educación es un factor importante, es cierto, pero lo que aprendimos en casa tiene una influencia mucho más grande. Con la comida pasa lo mismo. Elegimos dietas muy similares a lo que comíamos de chicos: si en casa se acostumbraba comer sopa, arroz y guisado, probablemente, mantenemos ese esquema. 

La comida es más que alimento

Cuando comemos hay más cosas involucradas que los alimentos que nos metemos a la boca. Queremos que sean ricos, esperamos que tengan una textura en particular, sabemos de qué manera “deben” servirse y comerse (¿comer tacos con cubiertos? ¡Jamás!), pero, sobre todo, queremos alimentos familiares. O sea, queremos alimentos que quepan dentro de nuestra familia. 

Cuando mi familia y yo comemos pizza en la calle, mi abuela dice: “eso no es comida”. Pero si la llevo a casa, ella piensa que está bien comerla para la cena. Se trata de la misma pizza, de la misma marca, con los mismos ingredientes y de la misma abuela. ¿La pizza se hizo más saludable? No, pero sí adquirió una cualidad que la hizo más aceptable: estar dentro de la casa. Y no es que mi abuela sea rara, así pensamos la mayoría de las personas. Los alimentos cambian de significado; a veces, un refresco de cola o un café endulzado es necesario para quitarnos el sueño por la tarde y poder seguir trabajando, pero otras, es algo que queremos evitar porque “engorda” o porque “tiene mucha azúcar”.

Esto no significa que estemos locos o que seamos caprichosos, sino que la comida tiene diferentes funciones y propósitos. Y estos cambios están presentes, nos demos cuenta o no, cuando elegimos qué comer cada día. Nuestra comida refleja hábitos, costumbres y hasta cosas que no sabemos, por ejemplo, que nuestra tradición de comer tamales el 2 de febrero empezó con los mexicas como parte de un rito a la diosa del amor que también cuidadaba las cosechas. 

La comida vale no solamente porque nos da energía, nos mantiene saludables o sabe rico. Su valor está también en lo que nos hace sentir: cuando comemos chiles en nogada, somos más mexicanos. Incluso nos pasa con la comida extranjera: una vez fui a un restaurante japonés donde el sushi era pequeño, muy salado y ¡sin aguacate! Necesitamos ponerle ingredientes extra a esos alimentos para hacerlos nuestros, para que puedan formar parte de nuestros antojos y así entrar en nuestras vidas. 

A veces sucede que las ideas sobre lo que comemos y la relación que creemos que los alimentos tienen con nuestro cuerpo nos llevan a tomar decisiones que no son las que recomendaría un médico o un nutriólogo. Hace muchos años se tenía la creencia de que los niños “gorditos” eran más sanos y felices que los flacos, y se decían cosas como: “no está gordito, está llenito de amor”. Hoy, los pediatras están mucho más atentos a la obesidad infantil como un riesgo para la salud. Y no es que las mamás de los niños sean irresponsables ni ignorantes, es que las ideas sobre los alimentos eran diferentes, las costumbres eran otras y ahora tenemos más información. 

Pero esa frase, “llenito de amor”, que hoy nos puede sonar graciosa y casi ridícula tiene una gran verdad: tenemos una idea de amor, de cuidar a quienes amamos, a partir de la comida. Pensemos en los días de fiesta, en el día de descanso, en la visita a la amiga embarazada: en todos esos eventos hay mucha comida que, por lo general, contiene muchas calorías. Cuando pensamos en un cumpleaños, la imagen que viene a nuestra mente no es un apio, es un pastel. 

Las relaciones que tenemos entre nosotros, la comida y nuestra vida social a veces nos llevan a comer en exceso alimentos que conviene mantener a raya porque contienen nutrimentos llamados “críticos”, o sea, azúcar, grasa y sal. Ya sé lo que estamos pensando: lo más grasoso es lo más rico. Esa idea también tiene que ver con lo que hemos aprendido que es rico.

Comemos lo que aprendemos

Nuestras decisiones de comida dependen, en muy buena parte, de lo que aprendimos y cuando más aprendemos es siendo niños. Esos aprendizajes se hacen nuestras costumbres y van a permanecer con nosotros independientemente de si son o no saludables para un médico. Los hábitos que tenemos para alimentarnos son hechos desde las relaciones que tenemos con nuestra familia, con nuestro país y con nuestra comunidad. Si en algún momento estamos en la necesidad de hacer un cambio en nuestra dieta, lo primero que nos conviene revisar es qué significa para mí la comida. El pan con leche que tomo por la tarde, ¿me recuerda a mi tía favorita? ¿Tengo otras formas de recordarla? Son estos los espacios que tenemos que mirar para saber por qué comemos como lo hacemos y qué cosas estamos dispuestos a cambiar cuando de mejorar nuestra salud se trata. 

Bibliografía:

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López García, Julián, “Usos y significados contemporáneos de la comida desde la antropología de la alimentación”, en América Latina y España, Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, vol. LXXI, no. 2, pp. 327-370, julio-diciembre 2016.

Zerón, Miguel, “¿Por qué comemos los mexicanos?”, (conferencia), Universidad Iberoamericana, Ciudad de México, octubre 2017.

Martínez Moreno, Alma, López-Espinoza, Antonio, “La transición del comportamiento alimentario: una explicación desde la teoría de la conducta”, en Universitas Psychologica, V. 15, No. 4, Octubre-Diciembre, México, 2016.

Joaquín Leguina, “¿Somos lo que comemos?”, El economista, en https://www.eleconomista.es/firmas/noticias/9332387/08/18/Somos-lo-que-comemos.html (consultado el 26 de marzo, 2020).

De Certeau, Michel (et al.), La invención de lo cotidiano 2. Habitar, cocinar, Universidad Iberoamericana, México, 2006. 

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