M en C. María Guadalupe Esquivel-Flores
Consultora
La enfermedad por SARS CoV-2 llamada COVID-19 dirigió la atención hacia un tema que antes pasaba un poco desapercibido: el sistema mediante el cual nuestro organismo se defiende ante amenazas a nuestra salud y vida. Ese sistema de defensa es llamado de manera formal “sistema inmune” y está conformado por tejidos y células especializadas.
Hay dos tipos de inmunidad: la llamada “innata” (nacemos con ella y se activa rápidamente ante un riesgo), y la “inmunidad adaptativa” (se va adquiriendo a lo largo de la vida y se activa cuando resulta necesario). Ambas actúan juntas y son fundamentales para la defensa y protección de nuestra salud.
El intestino, sobre todo el delgado, tiene gran actividad de defensa. De hecho, en el intestino ocurre una forma de maduración y entrenamiento de las células de defensa, trabajo que realizan los microorganismos que conforman a la microbiota intestinal.
La microbiota intestinal (MBI) es un conjunto muy variado y abundante de microorganismos que conviven en equilibrio delicado y realizan actividades fundamentales de nutrición, estructura y defensa dentro del organismo humano; de hecho, su abundancia y diversidad es una expresión de que se encuentra en estado óptimo, lo cual es primordial para la producción, maduración y función del sistema inmunológico.
Las acciones de defensa de la MBI incluyen, no solamente entrenar a los integrantes del sistema inmunitario, también coadyuva a mantener en buen estado la estructura de la mucosa intestinal para evitar paso de microbios peligrosos al torrente linfático y al sanguíneo. Los microorganismos de la microbiota incluso son capaces de impedir la reproducción de bacterias potencialmente dañinas al competir por espacio y nutrimentos y/o atacándolos mediante sustancias producidas por la propia MBI.
Es primordial que la MBI se mantenga en condiciones óptimas, es decir, que prevalezca en equilibrio. Son varios los factores que pueden alterar su composición y diversidad, y pueden provocar un estado de afectación llamado disbiosis, entre ellos están una alimentación incorrecta, consumo de medicamentos y la invasión masiva de microbios peligrosos.
Se ha visto que, ante una infección como la producida por el virus SARS CoV-2, ocurren daños a la MBI. Por ejemplo, en un estudio realizado en China con 30 adultos enfermos de COVID-19 se identificó que su microbiota intestinal estaba muy reducida en diversidad de bacterias benéficas, pero abundante en bacterias patógenas oportunistas de los géneros Streptococcus, Rothia, Veillonella y Actinomyces. No se sabe cuál era el estado inicial de la microbiota de esos pacientes, por lo que no puede afirmarse si tal desequilibrio ocurrió por efecto de la enfermedad, o si la infección empeoró la disbiosis preexistente.
Además de estos hallazgos, se ha documentado que hay un eje intestino-pulmón, es decir una comunicación entre los dos órganos, gracias a las sustancias producidas por la MBI (llamadas metabolitos). Los metabolitos microbianos llegan por el sistema linfático y el torrente sanguíneo a los pulmones, para regular la actividad de defensa, sobre todo, de células de sistema innato como los macrófagos y los neutrófilos, así como controlar la inflamación de los tejidos. Tal comunicación bacteriana es bidireccional, porque se ha evidenciado que, cuando hay inflamación en los pulmones, se afectan tanto la microbiota pulmonar como la intestinal. En los enfermos de COVID-19 se ha observado que el virus ocasiona alteraciones gastrointestinales, además del daño a los tejidos y función pulmonar.
Aún se desconocen los mecanismos de acción del virus y cómo es que produce pocos o grandes daños a diversos órganos y tejidos del organismo; se ha postulado que la MBI desequilibrada podría ser uno de los factores implicados en la severidad de la enfermedad COVID-19. Es probable que la relación de virulencia sea de ida y vuelta, es decir, que una MBI deteriorada se sume a la virulencia del SARS CoV-2 y el virus a su vez provoque o aumente la disbiosis. No debe soslayarse que, según los registros de salud, los casos de mayor virulencia y peor pronóstico han ocurrido en pacientes de la tercera edad o en adultos con condiciones previas como obesidad, diabetes, ateroesclerosis o hipertensión, padecimientos en los que se ha observado un estado de inflamación y una MBI desequilibrada.
A reserva de esperar los resultados de más investigaciones, es conveniente procurar mantener una MBI equilibrada y una respuesta inmune óptima, esfuerzo en el que la alimentación correcta toma gran relevancia. Se ha comprobado que la MBI y la salud en general se ven notablemente beneficiadas con una alimentación en la que se privilegie el consumo de alimentos de origen vegetal por su aporte de vitaminas, fibra y sustancias llamadas polifenoles, que, por su actividad antioxidante, protegen a las células del cuerpo humano.
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