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LN. Liliana Ortega

Consultora

El proceso de alimentación durante los primeros años de vida es tan fascinante que, al analizarlo, comprendemos un poco más sobre el perfecto trabajo interno que se genera dentro de cada ser humano.

Existen tres momentos de crecimiento acelerado en la vida de cada hombre o mujer: durante los nueve meses de gestación, el primer año de vida y la adolescencia. Estas tres etapas requieren obtener la mejor calidad nutricional a fin de que cada ser humano pueda crecer y desarrollarse internamente en condiciones óptimas.

Se estima que al año de edad un recién nacido triplique el peso que tuvo al nacer y que su estatura se duplique. Lograr este objetivo significa un extenuante trabajo y un gasto nutricional sumamente importante. Pero, la misma naturaleza humana tiene prevista esta necesidad y ha preparado con meses de anticipación al cuerpo de la madre. 

Al momento de nacer el niño, se activan hormonas y se llevan a cabo diversas reacciones en el organismo de la madre, a fin de que se produzca la leche materna con la calidad nutricional que cada recién nacido, prematuro o a término, necesita.

Y durante seis meses el recién nacido requerirá únicamente de la leche materna para su crecimiento y desarrollo, ni agua, ni alimentos sólidos… sólo leche materna. Esta es la única etapa de la vida en la que un solo alimento cubre todas las necesidades alimentarias del ser humano.

Se recomienda que la lactancia inicie durante la primera hora de vida del recién nacido y que los primeros meses se dé a libre demanda. Algunas madres se preocupan pensando que tal vez no produzcan suficiente leche, que sus hijos se quedan con hambre o que su leche es de mala calidad; sin embargo, la glándula mamaria de la madre es capaz de producir toda la leche que requiere su hijo, tan sólo con colocarlo en el pezón para mamar de manera constante, en lactancia exclusiva (sin dar otro tipo de fórmulas lácteas u otras bebidas y alimentos).

Desde el embarazo, la madre comienza a producir el calostro que es la primera leche que tomará el recién nacido, hasta aproximadamente el quinto día. A partir de ese momento, la leche se modificará en consistencia y composición y será la leche de transición. A partir del día veintiuno, se producirá la leche madura. Este equilibrio biológico se da para satisfacer la gran demanda nutrimental que el niño requiere para su óptimo crecimiento y desarrollo.

El calostro se produce en poca cantidad, es ligeramente espeso y un poco amarillento, lo que puede provocar desconfianza en la madre al alimentar a su hijo; sin embargo, este líquido que se secreta en los primeros días es una fuente importante de nutrimentos, ya que es rico en proteínas, vitaminas y nutrimentos inorgánicos. Y no sólo provee nutrimentos, también tiene una función protectora muy importante para el niño, quien tardará un tiempo en fortalecer su sistema inmune, así que los anticuerpos presentes en el calostro lo protegerán de algunas enfermedades virales y antibacterianas, así como de algunas alergias.

Se recomienda la lactancia exclusiva los primeros seis meses de vida y después iniciar la ablactación, es decir, la introducción de los alimentos sólidos a la dieta porque las demandas nutricionales lo requieren y, también, porque a esta edad el niño es un poco más autónomo (se sienta, tiene habilidad para tomar cubiertos sencillos o un vaso para agua de material seguro). Iniciar antes de los seis meses la ablactación puede promover el desarrollo de alergias alimentarias o atragantamientos.

Los nuevos alimentos se deben ofrecer al niño poco a poco, de preferencia uno por uno y durante un par de días, para conocer si lo acepta bien, para que se adapte al sabor, la textura y el olor. Esta práctica también es fundamental para detectar si presenta alergia a algún alimento y retirarlo de su dieta.

Se inicia con verduras, frutas y algunos cereales, sin sal ni azúcar añadida. Al año de edad, la alimentación del niño se incorporará a la dieta familiar. Sin embargo, los alimentos que son conocidos como alergénicos (fresas, cacahuate, nueces, leche de vaca, pescado, huevo, mariscos, trigo), se ofrecerán al niño hasta los dos años de edad, poniendo especial atención a aquellos alimentos a los que la madre o el padre sean alérgicos, ya que esa alergia podría presentarse en el niño. La alimentación al seno materno se puede dar hasta los dos años de vida del menor, como complemento. La alimentación del niño durante el primer año de vida es fundamental para los años posteriores, de ahí la importancia de atender y vigilar este proceso. ¿Por qué?

La lactancia exclusiva hasta los seis meses ofrece los nutrimentos necesarios para el crecimiento y desarrollo óptimos del bebé, además de ofrecer un efecto protector y fortalecer un vínculo afectivo madre/hijo.

Introducir alimentos sólidos hasta los seis meses de edad, protege al niño de desarrollar alergias alimentarias en un futuro, además de disminuir el riesgo por atragantamiento, pues el niño ya se puede sentar y comenzar a probar pequeños bocados.

Al alimentarse al seno materno, el niño auto regula sus tomas de acuerdo al hambre que tenga, a diferencia de los niños alimentados con biberón y fórmula láctea. Esta acción es de suma importancia, ya que el primer año de vida es un periodo de crecimiento acelerado, donde las células de grasa también pueden crecer en tamaño y volumen; evitar sobrealimentar será favorable para prevenir el desarrollo de obesidad infantil.

La alimentación al seno materno también protege al niño de presentar desnutrición y muerte prematura. Aún cuando una madre no esté bien alimentada, su organismo usará sus reservas de calcio, proteínas y otros nutrimentos a fin de elaborar una leche de buena calidad para el recién nacido. Los niños alimentados al seno materno, llegan a aceptar mejor los nuevos alimentos, además.

Durante el primer año de vida, el niño conoce nuevos alimentos y desde ese momento va creando una relación con la comida que puede llegar a tener impacto en años posteriores. A los dos años de edad, su alimentación debería estar bien integrada a la dieta familiar. Una mayor autonomía física le permite reforzar algunos hábitos importantes para su salud nutricional. Es importante recordar que el estómago del niño es aún muy pequeño, por lo que es necesario ofrecerle pequeñas raciones de alimento varias veces en el trascurso del día.

Cuidar bien la selección de alimentos que se ofrecerá a los niños, es otro punto importante. En su dieta debe estar presente verduras, frutas, algo de cereales o tubérculos (arroz, trigo, avena, tortilla, pasta, papa) y proteínas de origen animal (lácteos, huevo y carne), o proteínas de origen vegetal (leguminosas combinadas con cereales y también oleaginosas).

Los niños a veces tardan en aceptar nuevos alimentos, así que es prudente ofrecer pequeñas cantidades, dejar pasar un tiempo y volver a ofrecer este alimento. Se pueden probar nuevas técnicas de preparación (tal vez acepten más las verduras crudas que las cocidas o si los alimentos no están mezclados). La paciencia del cuidador es fundamental para que ellos se tomen el tiempo necesario en conocer y aceptar los nuevos alimentos.

Es importante, a la par, cuidar desde muy pequeños el consumo de azúcar y sal, para que aprenda a consumir estos nutrimentos con moderación. Ofrecer agua natural, utilizar sal únicamente para cocinar los alimentos y fomentar una dieta variada son herramientas útiles para ello.

Es necesario dejarlo comer con las manos, con los dedos, acondicionando su mesita de comer y un babero para facilitar el proceso, pues es un tiempo importante de aprendizaje para él, para sentir las texturas de los alimentos, percibir su aroma, su sabor y establecer una relación con la comida. 

A los tres años, el niño corre por toda la casa, está ávido de conocer el mundo por él mismo; al tener tanto que explorar, comer a veces no resulta tan atractivo, por eso es tan importante estar atentos a las necesidades de esta nueva etapa y facilitar el aprendizaje involucrándolo en el proceso de alimentación e incluso empezar a involucrarlo en la preparación de los alimentos o en el arreglo de la mesa del comedor, por supuesto, en proporción a las habilidades del niño.

Una de las enseñanzas más valiosas que el niño puede tener es que alimentar nuestro cuerpo es un acto de autocuidado y amor, esto lo va a aprender de sus cuidadores primarios, ya sean sus padres, abuelos u otros.

Sentarse a la mesa a tomar los alimentos debe ser un espacio seguro para todos, principalmente para el niño, desde ahí puede aprender a compartir los alimentos de manera tranquila, disfrutando en familia, siendo agradecido por tener lo necesario para nutrir su cuerpo. Eventualmente, un cambio de rutina será muy emocionante para el niño: picnic en el jardín o en la sala, presentar la fruta o verdura con figuras especiales, etc., hay muchas opciones.

La formación de hábitos saludables es fundamental durante los primeros años, así que enseñemos a los niños a comer alejados del televisor, el celular o cualquier dispositivo digital. Que el tiempo de tomar los alimentos sea una ocasión para compartir en familia o los amigos, donde se promueva el comer de manera consciente cada platillo, atentos a las señales de hambre y saciedad. Estos factores pueden ser decisivos en relación con los trastornos alimentarios en la etapa adolescente y adulta. Si esto se aprende desde temprana edad, estos hábitos nos acompañarán siempre.

Cuidemos el lenguaje en relación con la comida. Hay frases cotidianas que pueden impactar de manera negativa a esta edad en el niño y también durante los años siguientes, algunos ejemplos son: “Tu primo sí come muy bien”, “Si no comes las verduras, no hay postre”, “Te voy a regalar con el señor de la basura si no comes”, “Si no comes, va a venir el monstruo y te va llevar”. Este tipo de mensajes tan socorridos, van dejando ideas perjudiciales como comer por miedo, comparación entre iguales, que algunos platillos son extraordinarios, por ejemplo, el postre es lo más deseado, lo que vale la pena comer, las verduras son horribles, pero hay que comerlas. Esta idea cimentada por años, acompaña a muchos hombres y mujeres en la edad adulta y tiene repercusiones en los hábitos de alimentación y, por lo tanto, en su salud.

Es importante no prohibir alimentos, sin embargo, también se tiene la responsabilidad de ofrecer al niño una alimentación completa, equilibrada, suficiente, variada e inocua. De acuerdo a las posibilidades de cada hogar, debiera haber verduras y frutas variadas, preparadas de diversas formas, crudas o cocidas. Si están de manera habitual en su mesa, se irán incorporando a su diario vivir.

Es importante no forzar al niño a comer algo que no le guste, es válido que un par de alimentos no sean de su agrado; se puede buscar alimentos equivalentes para sustituir el que no le gusta. Sin embargo, hay que seguir ofreciendo en la mesa diversos alimentos, el niño, poco a poco, podrá acceder a probar nuevamente el alimento rechazado e incorporarlo a su dieta habitual.

Un niño que aprende a colaborar en su proceso de alimentación, tendrá mayores posibilidades de mejorar sus hábitos de dieta. A los tres años, el niño ya puede participar en la selección de alimentos a la hora de las compras, poner los manteles en la mesa y algunos utensilios de plástico, o, con ayuda, puede preparar algunos platillos sencillos, y levantar sus platos para llevarlos al fregadero. Así, además de involucrarlo en su alimentación, obtendrá valores fundamentales como la colaboración y la empatía.

Finalmente, es necesario decir que el niño aprenderá sus hábitos de alimentación fundamentalmente por el ejemplo de sus padres o cuidadores. Son ellos quienes hacen las compras de los alimentos, los preparan, quienes crean un buen ambiente en torno a la mesa, quienes rechazan o aprueban ciertos alimentos, quienes enseñan al niño una buena o mala relación con los alimentos y con su autocuidado. Así que, la responsabilidad es grande, pero siempre hay recursos para dar lo mejor como padres.

Bibliografía:

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