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Estrategias de alimentación para el manejo de enfermedades crónicas en la nueva normalidad

Dr. Alonso Romo Romo

Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición

Salvador Zubirán 

El confinamiento, derivado de la pandemia por la enfermedad por coronavirus 2019 (COVID-19), provocó que se modificara drásticamente el estilo de vida en general de la población mundial; incluyendo cambios en la compra y preparación de alimentos, la forma de trabajar, la realización de actividad física, el patrón del sueño, entre otros (1,2).

Estudios realizados en diferentes países han reportado datos estadísticos de estos cambios en el estilo de vida. En México, el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) realizó una encuesta en línea, y mostró que un 23% de los participantes incrementó el consumo de los llamados “alimentos chatarra” (papitas, refrescos, frituras, galletas, pan dulce, etc.), 36% aumentó su peso corporal, 53% disminuyó su actividad física y 47% reportó comer mayor cantidad de alimentos por ansiedad, depresión y aburrimiento (3).

En el caso de las personas con enfermedades crónico-degenerativas (ECD), como diabetes mellitus (DM), obesidad, hipertensión arterial (HTA), enfermedades cardiovasculares, enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), enfermedad renal crónica (ERC), cáncer y enfermedad hepática crónica, se ha reportado que al adquirir una infección viral como COVID-19 tienen mayor riesgo de hospitalización, de desarrollar formas graves de la enfermedad y de mortalidad (4,5). Todas estas enfermedades se caracterizan por presentar un estado inflamatorio crónico.

Las personas que tienen obesidad presentan acumulación de grasa en órganos primarios del sistema inmune como el timo y la médula ósea, afectando la arquitectura, integridad y funcionalidad de estos tejidos linfoides; esto incrementa los leucocitos con un fenotipo más proinflamatorio. Aunado a esto, también se observa en estos pacientes una menor respuesta cardiorrespiratoria y un estado protrombótico que los pone en riesgo de desarrollar complicaciones (6,7).

En la DM, la respuesta del sistema inmune está alterada; es bien reconocido que la hiperglucemia bloquea muchas funciones del sistema inmune y, por lo tanto, las personas que viven con DM tienen una menor capacidad de combatir la invasión de patógenos. Estos mecanismos se resumen en una supresión de la producción de ciertas citosinas que pueden ser antiinflamatorias, defectos en la fagocitosis, disfunción de las células del sistema inmune y, en consecuencia, una disminución en la eliminación de microorganismos (8).

De igual forma, en el caso de la HTA, los estímulos hipertensivos como lo son la genética, el alto consumo de sodio y el aumento de angiotensina II, de aldosterona y de endotelina-1 generan una elevación de la presión arterial por acción del sistema nervioso simpático y diversos mecanismos en riñones y vasos sanguíneos, causando daño a los tejidos y provocando la formación de patrones moleculares asociados a daño y neoantígenos que, a través de las células presentadoras de antígenos, favorecerán la diferenciación de linfocitos T cooperadores a Th1 y Th17, provocando inflamación y estrés oxidativo contribuyendo a daño a nivel vascular y renal y manteniendo la HTA (9).

Esta vulnerabilidad de las personas con ECD, debido a un funcionamiento alterado del sistema inmune, hace que tengan mayor riesgo de presentar peores desenlaces relacionados con una infección viral, tales como el ingreso a la unidad de cuidados intensivos o de requerir ventilación mecánica invasiva (10).

Debido a estas razones, es de suma importancia la alimentación correcta en las personas con ECD; la nueva normalidad debe de ser vista como una oportunidad para hacer cambios positivos y de adquirir hábitos saludables tanto para el control de las enfermedades como a manera de prevención de las infecciones y sus complicaciones (11). En la encuesta realizada por el INSP, mencionada anteriormente, que evaluó el efecto de la contingencia por COVID-19 en el consumo y compra de alimentos, se reportó que en un 52% de los participantes aumentó el interés en tener una alimentación saludable (3).

Las recomendaciones de nutrición habituales que conocemos para los pacientes que viven con diabetes, obesidad o hipertensión arterial deberán de continuarse en esta nueva normalidad. Existe mucha evidencia científica de que patrones de alimentación como la Dieta Mediterránea o la Dieta DASH (Enfoques Dietéticos para Detener la Hipertensión) presentan múltiples beneficios en las personas con ECD. Estos patrones de alimentación están basados principalmente en alimentos de origen vegetal y son ricos en grasas insaturadas, fibra y antioxidantes; ya que recomiendan en general incrementar el consumo de frutas y verduras, cereales integrales y leguminosas, carnes blancas, lácteos descremados y oleaginosas (12).

No obstante, hoy en día es relevante complementar la dieta con nutrimentos que tienen un efecto modulador en el sistema inmune, tales como el omega-3, zinc, selenio y vitaminas A, C, D y E, entre otros compuestos (13). Por ejemplo, el omega-3 es convertido enzimáticamente a mediadores de la inflamación como protectinas, maresinas y resolvinas, además de inducir la producción de prostaglandinas de la serie 3, leucotrienos y tromboxanos, que en conjunto generan un efecto antiinflamatorio, vasodilatador y antiagregante plaquetario (14).

La vitamina D promueve la acción de péptidos antimicrobianos como las catelicidinas, además de que, a través de células presentadoras de antígenos y la diferenciación de linfocitos a Th2 y T reguladores, tiene funciones antiinflamatorias (15). En el caso de la vitamina A, a través del ácido retinoico, promueve la producción de anticuerpos de los linfocitos B y la proliferación de T reguladores (16). La vitamina C puede mediar la mejoría de síntomas relacionados con el resfriado y la suplementación de ácido ascórbico ha demostrado disminuir el riesgo de adquirir neumonía (17). Finalmente, el zinc ha demostrado su potencial para bloquear la replicación de distintos virus; al igual que otros componentes de la dieta como los probióticos o los antioxidantes también presentan funciones benéficas para el sistema inmune mejorando la acción de los leucocitos o reduciendo el proceso inflamatorio (18).

Por lo anterior, las fuentes de estos inmunonutrimentos básicamente están en los diferentes grupos de alimentos que conocemos; por lo que una dieta completa, suficiente y especialmente variada es la clave para asegurar un correcto funcionamiento del sistema inmune. En el caso de las frutas y verduras cumplir con la recomendación de consumir al menos 5 porciones al día combinando diferentes tipos y colores, se debe de incrementar el consumo de pescados de agua fría ricos en omega-3 (sardinas, caballa, arenque, salmón, trucha y atún fresco), incluir en la alimentación cereales de granos enteros y alimentos de origen animal que tengan poco aporte de grasa y complementar la dieta con grasas buenas como lo son los aceites vegetales (aceite de oliva en crudo es recomendado por ser fuente importante de omega-9 que tiene efectos antiinflamatorios), aguacate y oleaginosas (nueces, almendras, avellanas, cacahuates naturales, semillas de girasol, etc.) (11,12).

Referencias:

1.         Cancello R, Soranna D, Zambra G, Zambon A, Invitti C. Determinants of the Lifestyle Changes during COVID-19 Pandemic in the Residents of Northern Italy. Int J Environ Res Public Health. 2020;17(17):E6287. 

2.         Bracale R, Vaccaro CM. Changes in food choice following restrictive measures due to Covid-19. Nutr Metab Cardiovasc Dis. 2020;30(9):1423–6. 

3.         Instituto Nacional de Salud Pública. Estudio sobre el efecto de la contigencia por COVID-19 en el consumo y compra de alimentos [Internet]. Mexico City; 2021. Available from: https://www.insp.mx/dieta-covid

4.         Wang X, Fang X, Cai Z, Wu X, Gao X, Min J, et al. Comorbid Chronic Diseases and Acute Organ Injuries Are Strongly Correlated with Disease Severity and Mortality among COVID-19 Patients: A Systemic Review and Meta-Analysis. Res (Wash D C). 2020;2402961. 

5.         Wang B, Li R, Lu Z, Huang Y. Does comorbidity increase the risk of patients with covid-19: Evidence from meta-analysis. Aging (Albany NY). 2020;12(7):6049–57. 

6.         Andersen CJ, Murphy KE, Fernandez ML. Impact of Obesity and Metabolic Syndrome on Immunity. Adv Nutr. 2016;7(1):66–75. 

7.         Sattar N, McInnes IB, McMurray JJV. Obesity Is a Risk Factor for Severe COVID-19 Infection: Multiple Potential Mechanisms. Circulation. 2020;142(1):4–6. 

8.         Berbudi A, Rahmadika N, Tjahjadi AI, Ruslami R. Type 2 Diabetes and its Impact on the Immune System. Curr Diabetes Rev. 2020;16(5):442–9. 

9.         Idris-Khodja N, Mian MOR, Paradis P, Schiffrin EL. Dual opposing roles of adaptive immunity in hypertension. Eur Heart J. 2014;35(19):1238–44. 

10.       Di Renzo L, Gualtieri P, Pivari F, Soldati L, Attinà A, Leggeri C, et al. COVID-19: Is there a role for immunonutrition in obese patient? J Transl Med. 2020;18(1):415. 

11.       Romo-Romo A, Reyes-Torres CA, Janka-Zires M, Almeda-Valdes P. [The role of nutrition in the coronavirus disease 2019 (COVID-19)]. Rev Mex Endocrinol Metab Nutr. 2020;7(3):132–43. 

12.       Romo-Romo A. Nutrición y COVID-19. First. Nevada: Barker & Jules; 2021. 161 p. 

13.       Grimble RF. Immunonutrition. Curr Opin Gastroenterol. 2005;21(2):216–22. 

14.       Gutiérrez S, Svahn SL, Johansson ME. Effects of omega-3 fatty acids on immune cells. Int J Mol Sci. 2019;20(20):E5028. 

15.       Elmadfa I, Meyer AL. The Role of the Status of Selected Micronutrients in Shaping the Immune Function. Endocr Metab Immune Disord Drug Targets. 2019;19(8):1100–15. 

16.       Zmora N, Bashiardes S, Levy M, Elinav E. The Role of the Immune System in Metabolic Health and Disease. Cell Metab. 2017;25(3):506–21. 

17.       Hemilä H. Vitamin C and Infections. Nutrients. 2017;9(4):339. 

18.       Wu D, Lewis ED, Pae M, Meydani SN. Nutritional Modulation of Immune Function: Analysis of Evidence, Mechanisms, and Clinical Relevance. Front Immunol. 2019;9:3160. 

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