M en C. Yoselín Ávila Lizarraga
Escuela de Biotecnología
Universidad Anáhuac Mayab
Cuando pensamos en Navidad es inevitable evocar recuerdos asociados con la comida. Ya sea que estemos motivados por la tradición religiosa, cultural o social, la alimentación se vuelve uno de los elementos imperdibles y con ella muchos casos terminan en excesos difíciles de controlar. Por ende, la cena navideña no es solo una comida, sino una experiencia compleja donde la biología, la psicología, la nutrición y la cultura se entrelazan.
Comprender qué comemos y por qué lo hacemos es indispensable para tomar decisiones conscientes, es por eso que en este artículo te contaré cómo el cerebro reacciona a los alimentos y las emociones, a través de la neurobiología alimentaria, una rama de la ciencia que explora la relación entre los componentes dietéticos y el sistema nervioso, centrándose en cómo los alimentos influyen en la función cerebral, el comportamiento y por supuesto, en la salud general.
El placer de comer y los sistemas de recompensas
Las elecciones de alimentos y los comportamientos están influenciados por una combinación de factores, entre ellos, la búsqueda constante del placer y la evasión del dolor o la dificultad. El cerebro, tiene la capacidad de percibir los sabores a través de la activación de los sistemas que involucran los neurotransmisores. Es decir, el cerebro no siente el sabor como lo hacemos con la boca, pero su percepción permite que podamos reaccionar a los componentes de la comida. Es aquí en donde entran los sistemas de recompensa, por ejemplo, la dopamina es por excelencia la molécula encargada de hacer sentirnos bien.
Ahora imagina esto: estás en la cena navideña, rodeado de familiares, amigos, en un ambiente festivo y, frente a ti, hay una mesa llena de alimentos con combinaciones variadas de nutrimentos como grasas, azúcares y sal; tríada que se encarga de estimular los sistemas de recompensa. Por ejemplo, consumir azúcar nos brinda energía rápidamente, estimula estructuras cerebrales y logra liberar dopamina, lo que hace que automáticamente deseemos repetir una porción de ese alimento azucarado. Por su parte, las grasas tienen un sistema similar, pues el cerebro las asocia con reservas energéticas y mayores posibilidades de supervivencia, como resultado generamos nuevamente dopamina, sentimos placer y queremos repetir otra porción de ese alimento alto en grasa. Es por eso que, platillos clásicos como el pavo glaseado, el tronco navideño e incluso el ponche activan frecuentemente estos sistemas de recompensas.
Nostalgia y memoria
Otro elemento asociado a los sistemas de recompensa es el sistema límbico; es decir, un conjunto de varios lugares en el cerebro que conectan nuestras emociones y nuestra memoria. El olfato está directamente conectado con el sistema límbico, por eso, el aroma de ciertos platillos navideños puede evocar recuerdos incluso antes de que los probemos.
Piensa en algo que comías cuando eras pequeño, seguramente, además de su imagen has evocado olores, sabores y quizá hasta una sonrisa o recuerdo destacado; pues bien, eso que acabas de experimentar se llama memoria emocional y surge de la conexión entre dos regiones del cerebro: la amígdala y el hipocampo. Ahora bien, la memoria emocional, también estimula otras regiones cerebrales, que nos invitan a querer probar nuevamente las cosas, reforzando positivamente esos sistemas de recompensa de los que hablamos anteriormente. Los clásicos platillos en una cena navideña, esos que has probado desde pequeño en compañía de personas que tal vez hoy ya no están, son gatillos emocionales y nos impulsan inconscientemente a consumir alimentos que asociamos con emociones o personas. Ahora que ya los conoces, recuérdalos, ya que más adelante serán claves para autorregular tu conducta alimentaria.
El microbioma también cena
El último factor clave en la temporada navideña es la conexión entre tu intestino y tu cerebro. En el intestino, viven billones de microorganismos que pueden ser aliados o enemigos de tu salud. Cuando nuestra dieta es alta en azúcares y grasas, pero pobre en fibra, los microorganismos intestinales sufren y hacen que la pared de tu intestino no regule el paso de toxinas que terminarán llegando a tu cerebro. Por lo general, las cenas navideñas tienen cantidades importantes de grasa y azúcar, pero no de fibra, lo cual deteriora tu microbioma y afecta tu cerebro.
Cena saludable sin perder la magia de la navidad
Ahora que ya conoces la ciencia detrás de la tradicional cena navideña, es momento de darte las claves para hacer elecciones conscientes en esta temporada festiva. Si bien, hoy por hoy, no podemos decirle a nuestro cerebro cómo funcionará al reconocer platillos, los sabores o los olores, si podemos controlar nuestra conciencia en tres aspectos clave:
Favorece las conexiones sociales positivas y entrañables, estas te ayudarán a liberar oxitocina y estimular tus sistemas de recompensas sin involucrar la comida.
Recuerda que la cena navideña es una vez al año, pero tu cerebro aprende de cada elección; disfruta la magia de compartir, sabiendo que, aunque el azúcar y la grasa encienden tus circuitos de recompensa, la verdadera ganancia está en cómo eliges nutrir tu cerebro y tu autoconsciencia día a día.
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