Dra. Karina de la Torre Carbot
Dr. Jorge Luis Chávez Servín
Facultad de Ciencias Naturales, UAQ
La alimentación durante la primera etapa de la vida tiene una fuerte relación con la salud y con la prevención de enfermedades crónicas no trasmisibles en el corto, mediano y largo plazo. La lactancia materna entra en este contexto y el papel que tiene en la protección contra la obesidad y el sobrepeso, es el que cuenta con más evidencia. Esto es importante considerarlo porque, si bien, generalmente se mencionan los beneficios inmunológicos e inmediatos de la lactancia materna, casi no se mencionan sobre los beneficios a largo plazo que se han reconocido.
Los mecanismos relacionados al efecto protector de la lactancia materna contra la obesidad y el sobrepesose basan en la composición de la leche humana y en las respuestas metabólicas y fisiológicas que ejerce.A continuación, enumeramos 10 puntos cruciales, los cuales facilitarán la comprensión de algunos de los mecanismos por medio los cuales la lactancia materna juega un papel fundamental preventivo.
Los bebés alimentados con fórmula infantil presentan una curva de crecimiento más acelerada que los niños alimentados al seno materno. Por lo general, ganan más peso y estatura en un menor tiempo. Esto puede hacer sentir muy orgullosos a sus padres y madres; inclusive puede hacer sentir más tranquilos a los propios pediatras. Sin embargo, este fenómeno, lejos de representar una ventaja en salud, está asociado al desarrollo de sobrepeso y obesidad en etapas posteriores de la vida. El consumo de fórmula infantil promueve un desarrollo excesivo de adipocitos (células grasas) y un depósito aumentado de grasa en ellos. El número de células adiposas que se desarrollan en esta etapa, con una gran capacidad para almacenar grasa, permanece para toda la vida y es irreversible.
Los bebés alimentados con fórmula infantil piden de comer menos veces. Esto puede parecer muy atractivo, ya que se convierte en una condición aparentemente práctica para las madres. Incluso algunos pediatras lo pueden llegar a aconsejar para que los niños no despierten por las noches. Lamentablemente, esto no tiene ningún beneficio. Al final, los bebés alimentados con fórmula infantil terminan consumiendo mayores cantidades de leche. Esto contribuye a tener un mayor aporte de energía del que requieren. Se estima que los bebés pueden llegar a consumir hasta un 30% más de volumen por comida, a pesar de que comen menos veces. En el caso de los bebés alimentados con leche materna, el consumo es más frecuente, con menores cantidades y se sincroniza mucho mejor con sus necesidades.
Este punto está muy relacionado con el anterior. La facilidad y rapidez con la que se digiere la grasa de la leche humana hace que los bebés alimentados al seno materno, necesiten consumir menos cantidad de leche para cubrir sus requerimientos de ácidos grasos. Esto, entre otras cosas, gracias a las lipasas encontradas en la propia leche humana. En contraste, los ácidos grasos contenidos en las fórmulas infantiles se digieren con mayor dificultad. Esto provoca un retardo que conduce al consumo de una mayor cantidad de leche para cubrir los requerimientos de lípidos en cierto momento.
La mayoría de las fórmulas infantiles contienen más proteína de la que se requiere (60 a un 80% más) en comparación con la leche humana. Eso influye de manera significativa en el patrón de crecimiento del niño. La cantidad de proteína en las fórmulas infantiles es en parte responsable del aumento de la tasa de crecimiento y la generación de adiposidad en los infantes.
Las hormonas contenidas en la leche materna juegan un papel imprescindible en regular adecuadamente la ingesta. Están involucradas en el balance apetito-saciedad y tienen actividades importantes en la regulación del crecimiento y también en la determinación de la composición corporal, el almacenamiento de grasa, la sensibilidad a la insulina y el gasto energético del infante. Las hormonas que más han sido estudiadas son la leptina y adiponectina. Sin embargo, podemos mencionar un mayor número de hormonas, entre las que destacan la grelina, resistina, copeptina, apelina, nefastina y obestatina.
Un aspecto fascinante de la leche materna es el extraordinario dinamismo en su composición, ya que esta nunca es exactamente la misma. Las concentraciones de sus componentes cambian dramáticamente durante una misma tetada. Durante los primeros minutos predomina la proporción de agua que tiene la leche, es menos densa y aporta una cantidad menor de energía. Pasados los primeros minutos la proporción de proteína aumenta y, finalmente, antes de que se vacíe el pecho, comienza a salir una leche más densa, rica en grasa y con mayor carga energética. Este dinamismo permite al neonato saciar su sed sin la necesidad de consumir grandes cantidades de grasa o proteínas, o bien saciar su hambre y vaciar el pecho según sea el caso. Así que, en un día caluroso, es probable que el bebé deseé tomar con frecuencia sólo los primeros minutos de cada seno. Los bebés que se alimentan al pecho, tienen la posibilidad de consumir una leche ligera, baja en calorías y dejar de consumirla cuando la cantidad de calorías vaya aumentando, por lo que pueden dejar de consumir leche de forma oportuna. Esto contribuye a una adecuada programación de la auto-regulación. Este fenómeno tiene implicaciones más allá de lo biológico, ya que podemos decir que un recién nacido alimentado al pecho materno, pone en práctica la posibilidad de auto-gestionar su alimentación y tomar decisiones acertadas al respecto. Se le da la oportunidad de reconocer sus necesidades alimentarias y resolverlas por sí mismo, haciéndole saber que es capaz de ello.
Muchas enfermedades crónicas no transmisibles que suelen desarrollarse en la vida adulta (y que, por cierto, se presentan cada vez con mayor frecuencia en jóvenes o inclusive en niños) tienen relación con la sobre-estimulación constante y crónica de la liberación de insulina. La insulina es una hormona que inhibe la utilización de grasa corporal como fuente de energía y promueve su almacenamiento. Si esta sobre estimulación comienza desde el inicio de la vida, compromete enormemente, desde entonces, la salud. Debido a que la fórmula infantil promueve una respuesta insulínica desmesurada para el organismo humano, no sólo incrementa el riesgo de sufrir obesidad, sino también otras enfermedades crónicas como la diabetes. En contraste, el consumo de leche materna ejerce una respuesta metabólica mucho más moderada que de ninguna manera aumenta bruscamente de forma innecesaria los niveles de insulina.
Durante los últimos años, ha quedado evidenciado que tener una microbiota adecuada en nuestro intestino, tiene una implicación favorable en nuestra salud. Primeramente, en nuestra salud intestinal, que guarda a su vez relación con la salud del sistema inmunológico, e incluso con la salud del cerebro. Igualmente, resulta que la microbiota está ligada al aprovechamiento y gasto de energía, por lo que también está vinculada con el peso. La leche materna estimula la proliferación de una microbiota diversa y bien equilibrada, ya que contiene bacterias benéficas para el ser humano y los sustratos para alimentar a estas bacterias beneficiosas.
Los infantes aprenden y reconocen sabores durante el embarazo a través del consumo de líquido amniótico y durante la lactancia a través del consumo de la leche materna. Los aromas y sabores de la leche materna están relacionados con la dieta materna. Estas primeras experiencias influyen en las preferencias de sabor de los niños, contribuyendo con un sano desarrollo del gusto, lo que tiene un efecto en la elección de alimentos y promueve la aceptación de una dieta más variada en etapas posteriores. Mientras que la leche materna contiene una gama de sabores, derivados de la dieta de la madre, la composición de la fórmula infantil es monótona.
Cuando la lactancia materna acompaña a la alimentación complementaria (recordemos que se recomienda continuar la lactancia hasta al menos el segundo año de vida), continuará aportando nutrimentos y componentes bioactivos junto con el resto de alimentos, y seguirá ejerciendo un efecto protector, dándole continuidad a cada uno de los mecanismos que hemos mencionado previamente.
Queremos cerrar con dos reflexiones. La primera es que la lactancia materna, no sólo protege al bebé, sino también protege a la madre: la lactancia materna tiene un efecto positivo en la pérdida de peso después del parto y una mejor y más rápida recuperación. La segunda, es que la lactancia materna debe ubicarse en un contexto de cuidados durante toda la primera etapa de la vida, lo que hoy conocemos como los primeros 1000 días de vida. El peso de ambos padres antes de la gestación, la salud y ganancia de peso de la madre durante el embarazo, la forma de nacimiento, la elección del método de alimentación infantil inicial, así como las decisiones tomadas durante la alimentación complementaria y en la incorporación a la dieta familiar, son elementos que tienen implicaciones importantes para la salud a corto, mediano y largo plazo. Trabajar con todos estos aspectos en conjunto dentro de un contexto completo para la prevención en salud, garantiza un excelente comienzo y es una oportunidad para ofrecer una vida más sana y de mayor calidad.
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