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Hemos estado jugando con el ADN de nuestros alimentos desde los albores de la agricultura. Mediante la cría selectiva de plantas y animales con las características más convenientes, nuestros predecesores transformaron genomas de organismos, por ejemplo, convirtiendo una especie débil en un grano de maíz regordete.

Durante los últimos 20 años los estadounidenses han estado comiendo plantas en las que los científicos han utilizado las herramientas modernas para insertar un gen aquí o modificar otro allá, ayudando a los cultivos a soportar las sequías y a resistir los herbicidas. Alrededor del 70% de los alimentos procesados en los EE.UU. contienen ingredientes modificados genéticamente.

En lugar de proporcionar a las personas información útil, las etiquetas obligatorias de los OMG solo intensificarían la idea errónea de que los mal llamados alimentos “Frankenstein”, ponen en peligro la salud de las personas. La Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, la Organización Mundial de la Salud y la excepcionalmente atenta Unión Europea están de acuerdo en que los OGM son tan seguros como los demás alimentos.

En comparación con las técnicas convencionales de reproducción, que intercambian bloques gigantes de ADN entre una planta y otra, la ingeniería genética es mucho más precisa y, en la mayoría de los casos, es menos probable que produzca un resultado inesperado. La Food and Drug Administration (FDA) de los EE.UU. ha puesto a prueba todos los OMG en el mercado para determinar si son tóxicos o alergénicos. No lo son. (Quien le teme a los OMG puede buscar productos “100 por ciento orgánicos”, los cuales indican que un alimento no contiene ingredientes transgénicos, entre otras características).

Muchas personas abogan por los etiquetados rigurosos en los OMG en pro de brindar un mayor marco de elección para el consumidor. Sin embargo, este argumento ha provocado lo contrario: esas etiquetas han limitado las opciones de las personas. En 1997, una época de creciente oposición a los OMG en Europa, la UE empezó a exigirlas. En 1999, para evitar que las etiquetas ahuyentaran a los clientes, la mayoría de los principales minoristas europeos quitaron ingredientes modificados genéticamente de los productos que llevaban su marca. Los principales productores de alimentos como Nestlé hicieron lo mismo. Hoy en día es prácticamente imposible encontrar OMG en los supermercados europeos.

Los estadounidenses que se oponen a los alimentos modificados genéticamente celebrarían una exclusión similar. En consecuencia, todo el mundo tendría que pagar un precio; debido a que los cultivos convencionales a menudo requieren más agua y pesticidas que los OGM, los primeros son generalmente más caros. Todos tendríamos que pagar una prima sobre los alimentos no modificados genéticamente.

La firma de investigación privada Northbridge Environmental Management Consultants estima que el etiquetado de OGM habría elevado el costo anual de la factura alimentaria de una familia promedio en California hasta unos US$400. Esta medida también hubiera requerido de más agricultores, fabricantes y minoristas para mantener un nuevo conjunto de registros detallados y así prepararse para las demandas que cuestionan la “naturalidad” de sus productos.

El antagonismo hacia los alimentos transgénicos también refuerza el estigma en contra de una tecnología que ha entregado grandes beneficios a las personas en los países en desarrollo y que les promete aún más. Los datos publicados recientemente a partir de un estudio de siete años de los agricultores indios, muestran que los que trabajan un cultivo modificado genéticamente aumentaron su rendimiento por hectárea en un 24%, incrementando así sus ganancias en un 50%. Estos agricultores fueron capaces de comprar más alimentos y de un mayor valor nutricional para sus familias.

Para ponerle freno a la deficiencia de vitamina A, que ciega hasta 500,000 niños en todo el mundo cada año y mata a la mitad de ellos, los investigadores han diseñado el arroz dorado, que produce beta-caroteno, un precursor de esta vitamina. Aproximadamente tres cuartas partes de una taza de arroz dorado ofrece la cantidad diaria recomendada de vitamina A; varias pruebas han concluido que el producto es seguro.

Sin embargo, organizaciones contra los OGM han utilizado la desinformación y la histeria para retrasar la introducción del arroz dorado en Filipinas, India y China. Más productos como este se encuentran en desarrollo, pero solo con el apoyo público y una financiación recorrerán el camino hasta el plato de la gente.

Un equipo internacional de investigadores ha diseñado una variedad de yuca, un alimento que es básico para 600 millones de personas, con 30 veces la cantidad habitual de beta-caroteno y cuatro veces más de hierro, así como niveles más altos de proteína y zinc. Otro grupo de científicos ha creado maíz con 169 veces más la cantidad típica de beta-caroteno, seis veces más de vitamina C y el doble de ácido fólico.

Al cierre de esta edición, la legislación sobre las etiquetas de los OMG se encuentra pendiente en al menos 20 estados. Tales debates giran sobre mucho más que pegar etiquetas nuevas en nuestra comida, simplemente para satisfacer a un segmento de los consumidores estadounidenses. En última instancia, estamos decidiendo si vamos a continuar desarrollando una tecnología beneficiosa o si vamos huir de ella con base en temores infundados.

Fuente:

www.ScientificAmerican.com

 


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